Cuando esperamos la llegada de nuestros hijos, todos sin excepción nos hacemos expectativas sobre ellos, que si será parecido al papá, que si a la mamá. Que si de que color tendrá los ojos y el color de la piel.
Nuestras expectativas no terminan ahí también nos imaginamos el futuro de ellos, “será bailarina”, “abogado”, “arquitecto”, “se casará y me dará nietos”. Pensamos en ellos como si su razón de ser fuera venir a cumplir nuestras expectativas, ni por un momento nos detenemos a pensar si lo que estoy planeando para ella o el, podría en algún momento no parecerle, o si su plan de vida podría ser distinto al que yo imagino pare ellos.
Hablar sobre la sexualidad de nuestros hijos es un tema aparte, ni por un momento nos detenemos a pensar que hay diferentes posibilidades, solo pensamos en la heterosexualidad. La posibilidad de tener un hijo homosexual, transexual, bisexual o una hija lesbiana, es algo que no esta en nuestro consciente ni en nuestro imaginario, como si fuera una especie de maldición no nos atrevemos ni a considerarlo.
Cuando nuestros hijos van creciendo y su sexualidad se revela y no es lo que esperábamos, nos sentimos traicionados, culpables, apenados, como si ellos hubieran tramado un plan macabro en nuestra contra. Y como por arte de magia nuestros hijos se borran, desaparecen, ya no somos capaces de ver si son creativos, amorosos, honestos, trabajadores, si tienen derechos. Nos olvidamos de todo lo demás que los conforma y los hace ser únicos e irrepetibles.
Si tu hijo es parte del mundo LGTB y tu no te sientes bien con eso, es momento de revisar tus creencias, de leer libros, de acudir a un especialista, de abrir tu corazón y tu mente, de respetar a ese ser humano que al igual que tú solo esta buscando amar y ser amado.